Cumbre de Cambio Climático en Bonn
Aunque este es el país donde se está realizando la COP23, que reúne a 196 países para enfrentar el cambio climático, la organización Oil Change International reveló que, desde el 2009, el país no reduce sus emisiones de dióxido de carbono.
El paisaje que lleva de Colonia a Bonn, donde representantes de todo el mundo están escribiendo la letra menuda del Acuerdo de París en la conferencia sobre cambio climático de este año, está salpicado de enormes chimeneas que exhalan un humo blanco y denso: los gases que quedan tras la quema del lignito y el carbón, los dos tipos de combustibles fósiles más contaminantes.
Este panorama no es excepcional en Alemania. De hecho, el 40 % de la energía que produjo el país en 2016 provino de estos dos recursos naturales. Si a eso se añade el uso de derivados del petróleo y el gas natural, el 58 % de la energía que usó Alemania el año pasado fue sucia, según datos de la organización Clean Energy Wire, una ONG que recolecta datos oficiales de los países.
El resultado de esta “adicción al carbón”, como llamó la cadena de televisión alemana DW al fenómeno, es que, desde 2009, el país no reduce sus emisiones de dióxido de carbono, de acuerdo con un informe lanzado por Oil Change Internationalel pasado miércoles.
“Alemania se presenta a sí misma como un líder en el escenario global, pero la verdad es que está fallando en el cumplimiento de las promesas a la hora de cambiar sus políticas nacionales e internacionales”, señaló en una rueda de prensa Hannah McKinnon, una de las autoras del trabajo.
¿Cómo es esto posible en el país de Ángela Merkel, apodada “la canciller del clima” y quien hace dos años, en París, se comprometió a reducir las emisiones de gases contaminantes alemanas en un 40 % para el año 2030?
La respuesta tiene que ver con el peso del sector de hidrocarburos en el país. Basta moverse unos cuantos kilómetros al este de Bonn para entenderlo: en Hambach, la empresa RWE explota la mina de lignito más grande de toda Europa. Y unos 35 kilómetros al occidente, esa misma compañía saca 40 millones toneladas al año de carbón marrón —como se conoce comúnmente al lignito— de la también enorme mina Garzweiler.
Alemania es, de lejos, el mayor productor de lignito a nivel mundial: datos de 2015 revelan que el país explotó 180 millones de toneladas del recurso fósil más contaminante que existe. Lo más grave es que la tendencia no parece ir hacia atrás: entre 2014 y 2016, el gobierno se gastó US$13.000 millones explorando nuevas minas de lignito y pozos de petróleo. Casi el doble de lo que puso para desarrollar energías renovables (US$8.000 millones).
Según Oil Change International, el sector de hidrocarburos tiene frenados los esfuerzos para “descarbonizar” la economía alemana. El informe explica que la energía solar y eólica está llenando el vacío que los reactores nucleares han ido dejando atrás, a medida que se apagan en todo el país. Pero la explotación y producción de energía con carbón y lignito sigue intacta.
El problema es que, de acuerdo con las cifras de la ONG, si en los próximos diez años Alemania no cierran sus minas y deja de usar estos recursos no renovables, cumplir el Acuerdo de París será imposible. Otro estudio, también publicado este año, señaló que, precisamente debido a la lentitud mundial a la hora de desmontar la explotación de combustibles fósiles, sólo existe un 2 % de posibilidad de cumplir la meta de que las temperaturas globales no asciendan más de 2 ºC a final de siglo.
El informe deja claro lo que hay que hacer para evitar llegar a un punto de no retorno. En primer lugar habría que desescalar la economía del lignito. “En 2007, el país decidió desmontar la explotación de carbón con un plazo de 11 años, cuando existían 32.000 mineros. Con unos 20.000 trabajadores, la salida del lignito debería ser muchísimo más rápida”, explica el documento. Esto, por supuesto, debe ir acompañado de la creación de nuevos puestos de trabajo en las regiones mineras del país.
“La financiación pública de Alemania para la expansión de los combustibles fósiles es cinco veces lo que el resto del mundo se gasta apoyando a los pequeños países para que mejoren su resiliencia y control de desastres frente al cambio climático”.